«La tierra se levantaba y se hinchaba, como hacen las olas; en muchos lugares el suelo se resquebrajaba entre crujidos, se abría y se cerraba en rápidos movimientos, tragándose a muchas personas, o atenazándolas por la mitad del cuerpo hasta que morían. A todo esto hay que sumar el ruido que, al desplomarse, hacían las montañas a lo lejos. El cielo se volvía de color rojizo, como si fuera un horno ardiendo». El 7 de junio de 1692…